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México, Distrito Federal, Mexico
Profesor normalista por la Benemérita Escuela Nacional de Maestros; Hizo estudios de Literatura Dramática y Teatro en la UNAM; de Composición Dramática con los maestros: Luisa Josefina Hernández y Hugo Argüelles; De Novela con el Maestro Andrés Acosta; Ha fungido como Jurado en varios eventos de Teatro y de Poesía. Como actor participó en la Compañía de Ofelia Guilmain y en innumerables producciones teatrales a lo largo de treinta años de carrera ¡Y sigue activo!. Como docente ha puesto en escena las obras maestras del teatro clásico y contemporaneo. Es socio de SOGEM y de la ANDA y actualmente se desempeña como Profesor de Teatro en el Instituto Mexicano del Seguro Social y de la Universidad Simón Bolivar. Es un prolífico autor teatral y sus obras más representadas son: "El Diablo no es tan Diablo", "Una Bruja a tu Medida" y "De Veras... La Salud Mental", escribe también cuentos y novelas.

domingo, 9 de mayo de 2010

Sobre la calidad en el teatro

¿Desde qué punto de vista se puede hablar de calidad en un espectáculo teatral?

Toda actividad artística no es más que un intento por establecer una semejanza con la realidad; cuando hay talento, interpretarla y cuando hay genialidad, superarla.

Cuando nos enfrentamos a un hecho artístico lo que nos afecta invariablemente del mismo es la similitud que tiene con lo que nosotros percibimos de la realidad.
La vida es diferente para cada persona, la actividad humana es compleja y lo que nos interesa de un suceso está en relación directa con nuestra personalidad, entendida como la suma de nuestro temperamento y nuestra educación, que a su vez es el conjunto de valores morales, principios éticos e información del mundo que conocemos y que decidimos hacer nuestros a partir de los propios intereses, deseos, ambiciones, complejos, limitaciones y demás elementos que la conforman.
El teatro nos muestra en toda nuestra humanidad. La cultura griega tenia por cierta la sentencia de que para resolver nuestros problemas deberíamos analizarlos y para analizarlos nada mejor que escenificarlos.
Al ver reflejada nuestra manera de ser; al contemplar, por medio del teatro, el curso de otras vidas, hacemos análisis, someros o rigurosos, eso depende de cada quien, de los errores o aciertos de tal o cual personaje que estamos viendo y nos ponemos en su lugar para expresar cómo podría evitar el sufrimiento que lo martiriza o bien qué acciones puede acometer para cambiar el curso de su vida.
Este análisis nos lleva indefectiblemente a tomar decisiones, que si bien quizá no las pongamos en práctica pues cambiar de hábitos nunca es una tarea fácil, sí nos dará más datos sobre las circunstancias que influyen en nuestro acontecer.
Pero lo que a al espectador “X” le parecerá importante de la escenificación que está presenciando puede parecerle fútil al espectador “Y”, que por su personalidad o ideología hubiera preferido que se acentuara más otro aspecto de esa misma obra. Y aquí es donde interviene específicamente el problema de la calidad en un hecho artístico.
No es la intención de estas líneas definir el término “Calidad”, existen muchas posibilidades de que ese vocablo no se defina nunca a cabalidad, quizá se puedan establecer parámetros, gradientes, paradigmas, o alguna de esas palabras tan en boga en estos días de globalización, que nos den algunas características sobre cómo deben estar fabricados o construidos los productos que se necesitan para vivir medianamente a gusto, pero con apego a la certeza, algún aspecto quedará siempre de lado en cualquier definición.
Pero cuando se trata de establecer alguna “medida” que pueda darnos bases para juzgar cuándo un hecho artístico tiene calidad, el conflicto es muy extenso, veamos por qué:
Para una parte de los espectadores es muy posible que una obra de teatro iluminada con los más modernos equipos; vestida con prendas de la mejor manufactura; decorada con profusión de materiales costosos; con desplazamientos actorales de precisión matemática y otras muchas características, cumpla con sus expectativas en cuanto a la calidad del espectáculo, aunque el desempeño de los actores no sea el adecuado o peor aún, cuando la obra en cuestión no haya sido comprendida por algunos de sus ejecutantes y haya pasado por alto o tergiversado el contenido de la misma, y este contenido puede ser, además, filosófico (Shakespeare, Ibsen, Becket…) ético (Esquilo, Sófocles, Eurípides…) Político (Brecht, Genet…) y un largo etcétera, con lo cual no podríamos decir que es de mala calidad, sino que, simplemente no hubo un hecho con esencia humana y que lo que vimos fue algo muy “elaborado”.

Jerzy Grotowsky se dio cuenta de esta circunstancia y hace algunas décadas impulsó una corriente que hizo escuela: la del “Teatro Pobre” en la que sostiene que una obra de teatro puede efectuarse en un escenario desnudo, con la mínima iluminación, y hasta con actores en calzoncillos o sin ellos y sin embargo ser un espectáculo conmovedor hasta el delirio por la riqueza expresiva de los artistas y por la comprensión exacta del sentido filosófico, ético, estético, político, económico, etc., del texto.
Esta contraposición nos refuerza de inmediato la sensación de que el término calidad requiere de un análisis muy profundo que nos remite al viejo tema de la subjetividad.
No obstante intentemos una tercera línea de análisis:
Si una representación teatral contara con todos los elementos arriba señalados: un magnífico equipo técnico y excelentes interpretaciones ¿no estaríamos ante un espectáculo de calidad?
La respuesta está en los espectadores, quienes decidirán, repetimos, con base en su visión de la realidad y así, lo que para unos es importante, para otros pudo haberse evitado; habrán los que consideren que el “mensaje” estuvo claro, y los que juzguen que faltó destacar otros contenidos no menos interesantes y poco desarrollados.
La controversia es añeja, ahora la conocemos como “Neoliberalismo” contra “Humanismo”
En la primera sólo importa la productividad; en la otra sigue importando el “Ser”
En educación sucede lo mismo.

Quizá la mejor definición que pudiéramos usar para el término calidad sea la que Margarita Michelena dio para el arte:

Claridad y orden.


Profr. Armando Daniels Arellano.

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