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México, Distrito Federal, Mexico
Profesor normalista por la Benemérita Escuela Nacional de Maestros; Hizo estudios de Literatura Dramática y Teatro en la UNAM; de Composición Dramática con los maestros: Luisa Josefina Hernández y Hugo Argüelles; De Novela con el Maestro Andrés Acosta; Ha fungido como Jurado en varios eventos de Teatro y de Poesía. Como actor participó en la Compañía de Ofelia Guilmain y en innumerables producciones teatrales a lo largo de treinta años de carrera ¡Y sigue activo!. Como docente ha puesto en escena las obras maestras del teatro clásico y contemporaneo. Es socio de SOGEM y de la ANDA y actualmente se desempeña como Profesor de Teatro en el Instituto Mexicano del Seguro Social y de la Universidad Simón Bolivar. Es un prolífico autor teatral y sus obras más representadas son: "El Diablo no es tan Diablo", "Una Bruja a tu Medida" y "De Veras... La Salud Mental", escribe también cuentos y novelas.

miércoles, 5 de mayo de 2010

Carta a Estela

Que sentimiento tan mezquino es ése que llaman amor,
en el que uno de los amantes busca ser feliz
a costa del otro.

Miguel de Unamuno.


A Edgar Allan Poe...


Mayo 3 de 1993.

Adoradísima Estela:

Mucho tuve que pensar para decidirme a escribirte estas líneas, ya lo sabes, mi carácter es así, siempre he sido... apocado... Nunca tendré eso que tú llamas garra varonil... pero estos días, en esta soledad tan benéfica, por fin pude decidirme y quiero... debo... darte una explicación de mi conducta.
Es terrible para un ser humano estar cerca del objeto de su amor y sentirlo lejano, inalcanzable; tal sentimiento sólo es comparable con el tormento de quien habiendo contemplado las maravillas de este mundo de pronto perdiera irremediablemente el sentido de la vista y se hundiera en una angustiosa oscuridad. ¡Oh! Pobre desgraciado, seguro estoy de que no querría, no soportaría vivir ni un instante más.
Estela, cuando te conocí; ese primer día, una avasallante pasión inundó mi alma, sentí que mi corazón adormecido desde siempre, se inflamaba, se inflamaba y crecía, amenazando con estallar en mil pedazos, mi sangre se hizo más espesa y todos mis sentidos se aguzaron para contemplarte.
Me esclavizó tu risa (ese gesto tan tuyo que sólo mostraba una parte de tu rosada encía), el olor delicado de tu cuerpo, la fuerza de tu mirada, la perfección geométrica de tus largas y tersas piernas que te conferían distinción y aristocracia, tus hermosos y apetecibles senos que como dos tímidas palomas se acurrucaban en el cálido nido de tu blusa; toda tú... completa... y me juré a mí mismo adorarte para siempre.
Nunca lo supiste -o quizá sí- pero yo te amo desesperadamente y este amor me hace sufrir, me duele... me obligó a hacer cosas que ahora me dan risa pero en su momento llegaron a reconfortarme... y eran tan sencillas, déjame platicarte dos de ellas... En la oficina, besaba la taza en que bebías el café con que te despabilabas después de una de tus muchas noches de placer; acoplaba mis labios a la huella de carmín imaginando que eras tú, tú, real, quien me besaba... Posaba mi mano en tu asiento vacío para sentir la tibieza de tu cuerpo y te confieso que las más locas fantasías martilleaban mi imaginación haciéndome temblar y sudar con la boca reseca y el corazón ansioso de un poco del amor que siempre malgastaste.
Cómo hubiera querido que escucharas los comentarios de los cretinos que fanfarroneando hacían la crónica detallada -¡sin ningún respeto hacia ti!- de las noches de sexo que les concedías.
Y yo sufría, siempre en silencio, desesperado porque habían profanado mi santuario con sus sucias manos, con sus cuerpos, con su saliva... Pero lo peor era saber que tú gemías de placer.
Si hubieras podido escucharlos te habrías dado cuenta que nadie, absolutamente nadie merecía esa dicha porque para ellos eras nada más un trofeo sexual, una pieza con la que aumentaban su colección particular.
Lo soporté todo, hasta las burlas de los compañeros que sabiendo lo mucho que significabas para mí, sin ninguna piedad me arrojaban el dardo... ¿Cuándo te le lanzas?... Sabían que era incapaz de hacerlo porque me daba miedo. Temía que te volvieras a burlar de mí, me empavorecía que tu risa tan amada me humillara.
¿Por qué Estela? ¿Por qué te reíste cuando yo, haciendo un esfuerzo sobrehumano te confesé mi amor? ¿Tan poca cosa me considerabas?... ¡Que lástima! Yo te hubiera hecho muy feliz Estela, muy feliz...
Ahora es tarde y debo saldar mi deuda.
Necesito decirte que no te odio -¿Cómo podría?- Lo que hice fue un acto de amor; no podía permitir que siguieras malgastándote... Necesitaba salvarte y lo logré, te salve de todos, de ti misma, al fin fuiste mía en cuerpo y alma. No temo a la muerte, sé que me reuniré contigo más allá de este infecto mundo.
¿Sabes cómo califican los hombres mi acto?... Violación y asesinato... ¡Imbéciles!... ¿Qué saben de amor?.
Ellos sólo saben encadenar a una mujer con el chantaje de un matrimonio, condenándola a la miseria de la cotidianeidad.
Yo no Estela: El amor es fugaz, estalla en un instante y en ese mismo instante se consume; cuando estallé dentro de ti supe que debía eternizar ese momento, lo hice... y qué importa lo demás.
Pronto me reuniré contigo. ¡Estoy feliz! El abogado quiere que me declare loco para salvarme de la horca ¿Puedes creerlo? Es un tonto ¿no te parece?. Seré benévolo con él. No sabe que soy un verdadero amante.
Y con esto, hasta muy pronto mi amada Estela.

Tuyo
Armando.

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