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México, Distrito Federal, Mexico
Profesor normalista por la Benemérita Escuela Nacional de Maestros; Hizo estudios de Literatura Dramática y Teatro en la UNAM; de Composición Dramática con los maestros: Luisa Josefina Hernández y Hugo Argüelles; De Novela con el Maestro Andrés Acosta; Ha fungido como Jurado en varios eventos de Teatro y de Poesía. Como actor participó en la Compañía de Ofelia Guilmain y en innumerables producciones teatrales a lo largo de treinta años de carrera ¡Y sigue activo!. Como docente ha puesto en escena las obras maestras del teatro clásico y contemporaneo. Es socio de SOGEM y de la ANDA y actualmente se desempeña como Profesor de Teatro en el Instituto Mexicano del Seguro Social y de la Universidad Simón Bolivar. Es un prolífico autor teatral y sus obras más representadas son: "El Diablo no es tan Diablo", "Una Bruja a tu Medida" y "De Veras... La Salud Mental", escribe también cuentos y novelas.

domingo, 9 de mayo de 2010

Sobre la calidad en el teatro

¿Desde qué punto de vista se puede hablar de calidad en un espectáculo teatral?

Toda actividad artística no es más que un intento por establecer una semejanza con la realidad; cuando hay talento, interpretarla y cuando hay genialidad, superarla.

Cuando nos enfrentamos a un hecho artístico lo que nos afecta invariablemente del mismo es la similitud que tiene con lo que nosotros percibimos de la realidad.
La vida es diferente para cada persona, la actividad humana es compleja y lo que nos interesa de un suceso está en relación directa con nuestra personalidad, entendida como la suma de nuestro temperamento y nuestra educación, que a su vez es el conjunto de valores morales, principios éticos e información del mundo que conocemos y que decidimos hacer nuestros a partir de los propios intereses, deseos, ambiciones, complejos, limitaciones y demás elementos que la conforman.
El teatro nos muestra en toda nuestra humanidad. La cultura griega tenia por cierta la sentencia de que para resolver nuestros problemas deberíamos analizarlos y para analizarlos nada mejor que escenificarlos.
Al ver reflejada nuestra manera de ser; al contemplar, por medio del teatro, el curso de otras vidas, hacemos análisis, someros o rigurosos, eso depende de cada quien, de los errores o aciertos de tal o cual personaje que estamos viendo y nos ponemos en su lugar para expresar cómo podría evitar el sufrimiento que lo martiriza o bien qué acciones puede acometer para cambiar el curso de su vida.
Este análisis nos lleva indefectiblemente a tomar decisiones, que si bien quizá no las pongamos en práctica pues cambiar de hábitos nunca es una tarea fácil, sí nos dará más datos sobre las circunstancias que influyen en nuestro acontecer.
Pero lo que a al espectador “X” le parecerá importante de la escenificación que está presenciando puede parecerle fútil al espectador “Y”, que por su personalidad o ideología hubiera preferido que se acentuara más otro aspecto de esa misma obra. Y aquí es donde interviene específicamente el problema de la calidad en un hecho artístico.
No es la intención de estas líneas definir el término “Calidad”, existen muchas posibilidades de que ese vocablo no se defina nunca a cabalidad, quizá se puedan establecer parámetros, gradientes, paradigmas, o alguna de esas palabras tan en boga en estos días de globalización, que nos den algunas características sobre cómo deben estar fabricados o construidos los productos que se necesitan para vivir medianamente a gusto, pero con apego a la certeza, algún aspecto quedará siempre de lado en cualquier definición.
Pero cuando se trata de establecer alguna “medida” que pueda darnos bases para juzgar cuándo un hecho artístico tiene calidad, el conflicto es muy extenso, veamos por qué:
Para una parte de los espectadores es muy posible que una obra de teatro iluminada con los más modernos equipos; vestida con prendas de la mejor manufactura; decorada con profusión de materiales costosos; con desplazamientos actorales de precisión matemática y otras muchas características, cumpla con sus expectativas en cuanto a la calidad del espectáculo, aunque el desempeño de los actores no sea el adecuado o peor aún, cuando la obra en cuestión no haya sido comprendida por algunos de sus ejecutantes y haya pasado por alto o tergiversado el contenido de la misma, y este contenido puede ser, además, filosófico (Shakespeare, Ibsen, Becket…) ético (Esquilo, Sófocles, Eurípides…) Político (Brecht, Genet…) y un largo etcétera, con lo cual no podríamos decir que es de mala calidad, sino que, simplemente no hubo un hecho con esencia humana y que lo que vimos fue algo muy “elaborado”.

Jerzy Grotowsky se dio cuenta de esta circunstancia y hace algunas décadas impulsó una corriente que hizo escuela: la del “Teatro Pobre” en la que sostiene que una obra de teatro puede efectuarse en un escenario desnudo, con la mínima iluminación, y hasta con actores en calzoncillos o sin ellos y sin embargo ser un espectáculo conmovedor hasta el delirio por la riqueza expresiva de los artistas y por la comprensión exacta del sentido filosófico, ético, estético, político, económico, etc., del texto.
Esta contraposición nos refuerza de inmediato la sensación de que el término calidad requiere de un análisis muy profundo que nos remite al viejo tema de la subjetividad.
No obstante intentemos una tercera línea de análisis:
Si una representación teatral contara con todos los elementos arriba señalados: un magnífico equipo técnico y excelentes interpretaciones ¿no estaríamos ante un espectáculo de calidad?
La respuesta está en los espectadores, quienes decidirán, repetimos, con base en su visión de la realidad y así, lo que para unos es importante, para otros pudo haberse evitado; habrán los que consideren que el “mensaje” estuvo claro, y los que juzguen que faltó destacar otros contenidos no menos interesantes y poco desarrollados.
La controversia es añeja, ahora la conocemos como “Neoliberalismo” contra “Humanismo”
En la primera sólo importa la productividad; en la otra sigue importando el “Ser”
En educación sucede lo mismo.

Quizá la mejor definición que pudiéramos usar para el término calidad sea la que Margarita Michelena dio para el arte:

Claridad y orden.


Profr. Armando Daniels Arellano.

México 2010: los pobres toman las armas.

Desfiladero

México 2010: los pobres toman las armas
Jaime Avilés

Como en 1810, cuando se rebelaron contra el colonialismo español; como en 1910, cuando se levantaron contra el porfiriato, los pobres de México han vuelto a empuñar las armas, ahora en 2010, para luchar de nuevo contra el espantoso destino que los ricos se obstinan en imponerles. Hay sin embargo profundas y marcadas diferencias entre los estallidos sociales de hace 100 y 200 años y el de hoy.

La más obvia: aquéllos fueron promovidos por dirigentes políticos, que llevaron a las masas a la lucha violenta en busca de soluciones colectivas a problemas comunes. Quienes participan en el alzamiento actual, lo hacen bajo las órdenes de empresarios clandestinos y persiguen objetivos individuales.

En los tres momentos históricos –1810, 1910, 2010–, la concentración de la riqueza en pocas manos, la expansión acelerada de la miseria, los privilegios inaceptables de una burocracia autoritaria, sorda, ciega y corrupta; la injusticia sistemática en perjuicio de los más débiles, la ausencia de perspectivas de cambio a corto y mediano plazos, la falta de espacios de negociación para acordar salidas pacíficas, detonaron, en cada caso, una guerra civil.

La de 1810 se propuso, y logró, abolir la esclavitud; liquidó la dominación extranjera y dio origen a un Estado nacional, sin pies ni cabeza. La de 1910 demandó, y obtuvo, la redistribución de la tierra entre los campesinos, el reconocimiento al derecho de huelga de los trabajadores y la transformación del Estado nacional en motor del desarrollo económico y tutor de un programa de conquistas sociales. La de 2010 es consecuencia del desmantelamiento del Estado nacional que en 1982 iniciaron De la Madrid y Salinas, y culminaron Zedillo, Fox y Calderón.

La guerra civil de 1810 abrió un periodo de caos político y económico, que duró más de 50 años y comenzó a cerrarse cuando Benito Juárez fortaleció la soberanía nacional después de derrotar en el campo de batalla a las tropas invasoras de Napoleón III y liberar a nuestro joven país del chantaje espiritual del Vaticano. Gracias a estos logros, Porfirio Díaz pudo organizar el Estado en la etapa final del siglo XIX, impulsar la industria y acelerar la construcción de infraestructura, pero siempre al servicio de las compañías inglesas que proliferaban aquí en esa época y para las cuales creó líneas ferroviarias que facilitaban el traslado de metales preciosos y otras materias primas de las minas y los campos a los puertos marítimos.

Otros 20 años de violencia generalizada y desastre económico sobrevinieron cuando el estallido revolucionario de 1910 engendró, primero, una guerra civil que se prolongó casi una década y, después, una nueva etapa de inestabilidad política, asonadas y cuartelazos, que incluyó el baño de sangre de la Cristiada y llegó a su fin con el ascenso de Plutarco Elías Calles al poder, más o menos al mismo tiempo que Hitler en Alemania y Stalin en Rusia.

No por casualidad el Partido Nacional Revolucionario (abuelo del PRI), el Partido Nacionalsocialista y el Partido Comunista soviético nacieron como partidos de Estado, columnas vertebrales de sus respectivos países, sin oponentes electorales y con un férreo dominio sobre el gobierno, las fuerzas armadas y los medios de comunicación. Los estados nacionales que surgieron bajo aquellos liderazgos, pese a ser casi hermanos trillizos en cuanto a sus estructuras, digamos, óseas, corrieron con distinta suerte. El más breve fue el alemán, que sucumbió en 1945; el más poderoso fue el ruso, que se convirtió en imperio y dominó la mitad del mundo hasta 1991, y el más longevo es el mexicano, que a sus ochenta y tantos años se puede derrumbar de un momento a otro, devastado por la guerra civil que, de tantas maneras, provocó Calderón.

Lo que comenzó, en diciembre de 2006, como una maniobra autoritaria para garantizar la permanencia en el poder de un gobierno de facto –la llamada "guerra contra el crimen organizado", que fue sólo un pretexto para sacar al Ejército a las calles en defensa de un tiranito muerto de miedo– desató en menos de cuatro años una verdadera guerra civil. Cuando lo más urgente era tomar medidas para optimizar el uso de los recursos públicos –invertir, por ejemplo, en la construcción de refinerías para dejar de importar gasolina a partir del tercer año del sexenio, y destinar el dinero resultante de este ahorro al impulso de actividades en provecho de los jóvenes más pobres–, Calderón continuó despilfarrando el presupuesto en beneficio de los ricachones que lo incrustaron en Los Pinos para que desde allí los sirviera como capataz.

En vez de reactivar el mercado interno, fomentar el empleo mediante obras de infraestructura, recortar los privilegios de la burocracia para ampliar los programas sociales, utilizar la renta petrolera en actividades productivas, Calderón siguió usando las ganancias de Pemex para devolverle el total de sus impuestos a los ricos y, con la complicidad de éstos, consolidar negocios ilícitos, como el que urdió con Mouriño al firmar un contrato con Perú para traer gas natural por barco y vendérselo a la Comisión Federal de Electricidad a precios estratosféricos.

Si De la Madrid, Salinas y Zedillo remataron entre sus amigos y socios todas las riquezas de la nación, excepto los hidrocarburos, Fox reventó el magno yacimiento de Cantarell y le extrajo las mayores ganancias obtenidas jamás por México en su historia. Sin embargo, esos casi 7 mil millones de dólares de utilidades netas fueron a parar a las arcas de la oligarquía y a las ridículas columnas de mármol de un rancho de ladrones en Guanajuato, multiplicando exponencialmente el crecimiento de la pobreza y de la miseria, y transformando el antiguamente llamado "ejército industrial de reserva" en milicias de las facciones armadas que hoy se disputan el control del territorio nacional, patrocinadas por las fabulosas ganancias del narcotráfico.

La lucha entre los gatilleros de esas empresas llamadas cárteles, que no son bandas de forajidos sino temibles y verdaderos ejércitos –desde luego, mejor pertrechados que el Ejército nacional con sus casi 100 mil elementos, sin duda peor pagados que sus adversarios– constituye la esencia de esta nueva guerra civil, protagonizada centralmente por hombres y mujeres jóvenes que tomaron las armas para tratar de mejorar sus condiciones de vida.

Quizá la mayor paradoja de Calderón consista en que la única industria que de verdad floreció durante su felipato es aquella a la que le declaró la guerra desde el primer día de su arribo a Los Pinos. ¿Cuántos hombres participan hoy, como gatilleros de tiempo completo, en los ejércitos del narcotráfico? ¿20 mil, 50 mil, 70 mil? ¿Cuántos tenía Miguel Hidalgo cuando se rebeló contra España, cuántos acompañaron a Madero al inicio de su insurrección contra Díaz? No muchos, apenas algunos miles, y sin embargo inauguraron, cada uno, guerras civiles que destruyeron y transformaron el Estado y cambiaron el país.

¿Cuánto durará esta nueva guerra civil, que cubre de sangre a diario una creciente porción de México? El secretario de la Defensa habla de "10 a 15 años". García Luna supone que "hasta 2014". Gómez Mont dice que "a partir de junio". La CIA, la DEA, el Pentágono, Clinton, Obama, no dan cifras: simplemente pronostican que el aumento de la violencia será "horripilante". Un nuevo ciclo ha comenzado en la historia de México: como en 1810, como en 1910, los pobres han vuelto a tomar las armas. Todo análisis político de corto, mediano y largo plazos, desde ahora, tendrá que partir de esta certeza.

Calderón lo logró: el país está en guerra.

jamastu@gmail.com

miércoles, 5 de mayo de 2010

Dania... la estudiante de música

Tres sesiones después Agustín sabe que aquella jovencita de grandes gafas no está allí por casualidad; El empeño, la dedicación que muestra en el aprendizaje de la música denota un interés legítimo en su desarrollo personal, además ¡Oh maravilla! Su inteligencia bien entrenada; producto de una educación universitaria la distingue de las demás estudiantes ocupadas siempre en simular cualidades intelectuales que están muy lejos de poseer.
Él cree muy poco en las casualidades, en cambio ha hecho una religión de la ley causa-efecto porque además de ser buen músico hizo estudios de literatura dramática y -como los griegos- cree firmemente en el orden cósmico, en el “ritmo establecido que nos rige” y que se puede apreciar en toda su esplendidez contenido en las tragedias de los autores dramáticos “clásicos”.
Y justo como en “Macbeth” el cosmos le pone enfrente -una vez más- la invitación para trastocar el orden. Pero ahora es distinto; algo diferente hay en Dania; no es sólo la avidez con la que encara las situaciones de su aprendizaje, ni la parsimonia de su trato con los demás estudiantes, tampoco su permanente alegría que la hace la más popular de la clase; es... su inteligencia la que lo hace admirarla y que la coloca en un lugar especial en donde -para decirlo de manera cursilona- ninguna otra de sus anteriores “provocaciones al cosmos” ha estado.
Agustín es un enamorado de la inteligencia, todas sus amistades son personas brillantes en sus respectivas profesiones, se ha rodeado de escritores, actores, pintores, músicos, escultores y uno que otro científico, todos maestros en su actividad. Y ahora tiene frente a él una hermosa perspectiva porque “su estudiante” posee una inteligencia clara, precisa, objetiva; además también es una artista pues como diseñadora gráfica sabe de colores, formas, texturas... y por todo esto él sabe y siente que es “hombre al agua”.
No hay remedio; se enamorará perdidamente de ella; le escribirá valses, polonesas, scherzos, canciones y todo un sin fin de “homenajes musicales” porque así es él... intenso, desmesurado.

Físicamente Dania es una belleza serena, un rostro oval perfecto, su mirada es profunda, inquisitiva; la nariz respingada le da un toque travieso al conjunto... y la boca... El labio inferior grueso, sensual. Muchas veces Agustín ha sentido la urgente necesidad de besarla y morder delicadamente ese labio fascinante; perderse en el abismo erótico de su boca. En ocasiones mira de lado y cuando sonríe no muestra su dentadura perfecta, sino que deja ver apenas una delgada parte de su rosada encía lo que hace de su sonrisa un gesto pícaro y divertido.
Tiene además algunas erupciones en la piel que en vez de disminuir su belleza la resalta, podrían compararse con las imperfecciones del mármol que otorgan una dimensión más terrenal a las esculturas. Y a él le fascina escudriñar ese rostro para descubrir una nueva imperfección. El cuerpo menudo es una melodía plena de promesas amatorias esperando ser desveladas con delicadeza, como se pulsa un arpa o una lira... alguna vez ella lo sorprendió admirando furtivamente su espléndido trasero redondo y enhiesto y el rubor encendió sus mejillas... y apresuró el paso llena de pudor.
Sus hermosos y pequeños senos erguidos se acurrucan dentro de su blusa -como diría León Felipe “como dos palomas blancas y gemelas que hacen guardia aturdidas en el umbral del corazón” y Agustín goza con sólo mirarla. Espera ansiosamente los días de clase para disfrutar de su presencia. Si por algún motivo ella no asiste a la sesión, la tarde se le vuelve gris, deslucida, melancólica. Por el contrario al verla llegar, la alegría lo invade y a pesar de sus cuarenta y un años la sangre se le aligera y como un adolescente se torna locuaz y hasta disparatado.
Sentados al piano, él se complace con rozar de vez en cuando sus manos y ese contacto le acelera el corazón, lo convierte en un virtuoso de la música; porque cuando se está enamorado la sensibilidad se agudiza y las capacidades intelectuales y artísticas se desarrollan al máximo convirtiendo al amante en un ser sobrenatural, superdotado, genial.
Seis placeres rigen la vida de Agustín: la literatura, la música, las mujeres, el vino, el dinero y... las orquídeas... No es un hombre frívolo, todo lo contrario; cuando se enamora entrega lo mejor de sí mismo y no es exigente, sólo pide inteligencia. Esta falta de selectividad le ha acarreado muchos problemas y decepciones; profundamente romántico no conoce límites para sus pasiones; la mayoría de la gente lo mira con extrañeza, es considerado un hombre misterioso, analítico, sus compañeros de trabajo encuentran difícil relacionarse con él pues se sienten agredidos por su sarcasmo, observa la vida desde una óptica muy peculiar, ausente de situaciones comunes; algunas personas lo consideran un pervertido y otras hasta malo, pero a él no le importa, tiene muy presente el aforismo de Oscar Wilde “La maldad es un mito que la gente utiliza para explicarse el extraño atractivo de los demás” y, displicente, los ignora
Una tarde mientras comían juntos Dania lo comparó con un vampiro que sustrae la vitalidad de las mujeres abandonándolas después para buscar una nueva víctima.
Esta comparación lo lastimó porque él está realmente enamorado de ella y quiere hacerla sentir bien, importante, compartir con ella sus conocimientos, su amor por la música y el teatro, su pasión por la literatura, la buena mesa y el amor. Excesivo en sus afectos Dania ocupa junto con su imaginación -“la loca de la casa”- todo su pensamiento; si se sienta a componer música ella está presente en esencia, cualquier actividad que realiza está dedicada a ella, al despertar en lugar de agradecer al cosmos por un día más de vida su pensamiento rápido como un tiro vuela hacia ella, si hay una buena película quiere disfrutarla con ella, si conoce un nuevo restaurante regresará con ella, un buen espectáculo tendrá que verlo con ella, escribe música para y por ella... una orquídea para ella... enfrentar el ridículo por ella... ella, ella, ella.
... Pero Dania no le cree y bien mirado no tiene ningún interés en él, no lo quiere ni tiene ganas de quererlo... y es que Agustín es tan feo... Los excesos a los que se ha entregado en todos los aspectos de su vida han dejado una huella indeleble en su humanidad. Prematuramente avejentado parece un hombre de cincuenta años, para colmo es terriblemente soberbio, falto de humildad y presuntuoso. Ella lo observa y lo analiza y encuentra que no tiene nada de extraordinario, es exactamente igual a todos los demás hombres y por añadidura... casado.
¿Qué se ha creído este pelmazo? ¿Pensará realmente que una joven con un futuro promisorio va a establecer una relación amorosa con él? Es inaudito, jóvenes de verdadera valía han rendido homenaje a su belleza, a su talento, a su ingenio, a su arte... en una palabra... jóvenes.
Este pensamiento atormenta a Agustín que una vez se atrevió a confesarle su condición de hombre enamorado y nada consiguió... porque nada pidió, le bastó con enterar al anhelo de su corazón que existe y vive para ella.

Carson Mc Cullers, en su obra “La Balada del Café Triste” definió muy bien la situación que vive Agustín, recordémosla:
“En primer lugar, el amor es una experiencia común a dos personas, pero el hecho de ser una experiencia común no quiere decir que sea una experiencia similar para las dos partes afectadas.
Hay el amante y el amado, y cada uno de ellos proviene de regiones distintas. Con mucha frecuencia, el amado no es más que un estímulo para el amor acumulado durante años en el corazón del amante. No hay amante que no se dé cuenta de esto, con mayor o menor claridad; en el fondo, sabe que su amor es un amor solitario. Conoce entonces una soledad nueva y extraña, y este conocimiento le hace sufrir.
No le queda más que una salida: alojar su amor en el corazón del mejor modo posible; tiene que crearse un mundo nuevo interior, un mundo intenso, extraño y suficiente. Permítasenos añadir que este amante no ha de ser necesariamente un joven que ahorra para un anillo de boda; puede ser un hombre, una mujer, un niño, cualquier criatura humana sobre la tierra”.

Ese es él, sin duda alguna; un amante enamorado de un imposible.
Dania no sabrá jamas cuanto amor a despertado en Agustín, si lo supiera o siquiera lo sospechara seguramente se asustaría, le parecería excesivo, inaudito; hasta morboso y es que apenas se conocen, no tienen más de siete meses de convivir y por eso no le cree.
Dania es reservada, no le gusta platicar sus intimidades, guarda celosamente sus secretos y se molesta cuando Agustín, insolente, se atreve a preguntarle. Pero no es su intención molestarla, él ya la ama, no debería dudarlo ni desconcertarse por la rapidez con que suceden los acontecimientos; si le pregunta es porque quiere saberlo todo de ella; es cierto que apenas hace tres días le dijo que sólo la quería, pero... El amor es una saeta que súbitamente corta el aire y se aloja en el pensamiento -Sí, porque contrariamente a lo que se cree, es en el pensamiento y no en el corazón donde el amor se siente con mayor intensidad- avasallando a quien tiene la fortuna de ser su objetivo y esa saeta ha hecho blanco en él... y ya la ama... ¿Excesivo? Sí por cierto y a la vez muy lógico pues esa es su naturaleza y nadie puede resistirse a su propia condición.
El tiempo seguirá transcurriendo, somnoliento: Dania y Agustín seguirán trabajando juntos, comiendo juntos, paseando juntos; él amando calladamente, quizá sin esperanza. Ella sabiéndose adorada y aprendiendo, aprendiendo los secretos de la música, del arte, aprendiendo a vivir, y a su tiempo a amar... Si es que no es ya, maestra en ello.

Para el amor como para cualquier otro arte se nace, y cuando el amor es intenso, apasionado, total... se vuelve un espectáculo.

Armando Daniels Arellano.
Alvaro Obregón D.F., septiembre 5 de 1998.
3:00 a.m.

Carta a Estela

Que sentimiento tan mezquino es ése que llaman amor,
en el que uno de los amantes busca ser feliz
a costa del otro.

Miguel de Unamuno.


A Edgar Allan Poe...


Mayo 3 de 1993.

Adoradísima Estela:

Mucho tuve que pensar para decidirme a escribirte estas líneas, ya lo sabes, mi carácter es así, siempre he sido... apocado... Nunca tendré eso que tú llamas garra varonil... pero estos días, en esta soledad tan benéfica, por fin pude decidirme y quiero... debo... darte una explicación de mi conducta.
Es terrible para un ser humano estar cerca del objeto de su amor y sentirlo lejano, inalcanzable; tal sentimiento sólo es comparable con el tormento de quien habiendo contemplado las maravillas de este mundo de pronto perdiera irremediablemente el sentido de la vista y se hundiera en una angustiosa oscuridad. ¡Oh! Pobre desgraciado, seguro estoy de que no querría, no soportaría vivir ni un instante más.
Estela, cuando te conocí; ese primer día, una avasallante pasión inundó mi alma, sentí que mi corazón adormecido desde siempre, se inflamaba, se inflamaba y crecía, amenazando con estallar en mil pedazos, mi sangre se hizo más espesa y todos mis sentidos se aguzaron para contemplarte.
Me esclavizó tu risa (ese gesto tan tuyo que sólo mostraba una parte de tu rosada encía), el olor delicado de tu cuerpo, la fuerza de tu mirada, la perfección geométrica de tus largas y tersas piernas que te conferían distinción y aristocracia, tus hermosos y apetecibles senos que como dos tímidas palomas se acurrucaban en el cálido nido de tu blusa; toda tú... completa... y me juré a mí mismo adorarte para siempre.
Nunca lo supiste -o quizá sí- pero yo te amo desesperadamente y este amor me hace sufrir, me duele... me obligó a hacer cosas que ahora me dan risa pero en su momento llegaron a reconfortarme... y eran tan sencillas, déjame platicarte dos de ellas... En la oficina, besaba la taza en que bebías el café con que te despabilabas después de una de tus muchas noches de placer; acoplaba mis labios a la huella de carmín imaginando que eras tú, tú, real, quien me besaba... Posaba mi mano en tu asiento vacío para sentir la tibieza de tu cuerpo y te confieso que las más locas fantasías martilleaban mi imaginación haciéndome temblar y sudar con la boca reseca y el corazón ansioso de un poco del amor que siempre malgastaste.
Cómo hubiera querido que escucharas los comentarios de los cretinos que fanfarroneando hacían la crónica detallada -¡sin ningún respeto hacia ti!- de las noches de sexo que les concedías.
Y yo sufría, siempre en silencio, desesperado porque habían profanado mi santuario con sus sucias manos, con sus cuerpos, con su saliva... Pero lo peor era saber que tú gemías de placer.
Si hubieras podido escucharlos te habrías dado cuenta que nadie, absolutamente nadie merecía esa dicha porque para ellos eras nada más un trofeo sexual, una pieza con la que aumentaban su colección particular.
Lo soporté todo, hasta las burlas de los compañeros que sabiendo lo mucho que significabas para mí, sin ninguna piedad me arrojaban el dardo... ¿Cuándo te le lanzas?... Sabían que era incapaz de hacerlo porque me daba miedo. Temía que te volvieras a burlar de mí, me empavorecía que tu risa tan amada me humillara.
¿Por qué Estela? ¿Por qué te reíste cuando yo, haciendo un esfuerzo sobrehumano te confesé mi amor? ¿Tan poca cosa me considerabas?... ¡Que lástima! Yo te hubiera hecho muy feliz Estela, muy feliz...
Ahora es tarde y debo saldar mi deuda.
Necesito decirte que no te odio -¿Cómo podría?- Lo que hice fue un acto de amor; no podía permitir que siguieras malgastándote... Necesitaba salvarte y lo logré, te salve de todos, de ti misma, al fin fuiste mía en cuerpo y alma. No temo a la muerte, sé que me reuniré contigo más allá de este infecto mundo.
¿Sabes cómo califican los hombres mi acto?... Violación y asesinato... ¡Imbéciles!... ¿Qué saben de amor?.
Ellos sólo saben encadenar a una mujer con el chantaje de un matrimonio, condenándola a la miseria de la cotidianeidad.
Yo no Estela: El amor es fugaz, estalla en un instante y en ese mismo instante se consume; cuando estallé dentro de ti supe que debía eternizar ese momento, lo hice... y qué importa lo demás.
Pronto me reuniré contigo. ¡Estoy feliz! El abogado quiere que me declare loco para salvarme de la horca ¿Puedes creerlo? Es un tonto ¿no te parece?. Seré benévolo con él. No sabe que soy un verdadero amante.
Y con esto, hasta muy pronto mi amada Estela.

Tuyo
Armando.

Caballo... Viento... Caballo

Mariano se arrimó un poco más a la lumbrada que para ahuyentar el frío habían hecho todos aquellos hombres que como él esperaban que amaneciera, llenos de tensión, aunque era de los que mejor lugar tenía y las llamas hacían danzar sus facciones, no lograba entrar en calor y era porque el frío que le lamía las carnes no venía de afuera, sino de su puro miedo atroz e incontenible que no quería confesar, pero que lo hacia temblar incontrolablemente.
Apretó los puños... una ráfaga de viento levantó chispas del fuego que rápidamente consumía los leños sobre los que bailaba.
El viento, el mismo viento siempre -no hay otro m’hijo- solía decirle su abuelo cuando juntos galopaban muy contentos sintiendo cómo les refrescaba la cara y jugaba a tirarles el sombrero.
-Este viento es el mismo que se anda paseando por otras tierras lejanas y distintas a la nuestra. Huélelo, trae aromas de otros fogones, de otras comidas... otros árboles, montes... el mar. Si te fijas hasta como que suena a otros idiomas; la cosa está en poner atención-.
Don Isauro Méndez era un hombre con una sensibilidad especial; de ésos que le encuentran lo bonito a las cosas más sencillas de la vida. En las noches de luna le gustaba llevarse a Mariano, su nieto preferido, a escuchar -no nomás las oigas, escúchalas que’s muy distinto- cómo cantan las chicharras cuando se buscan.
Cuando tenía sed le daba de beber agua simple –así solita sin echarle nada-. Lo enseñó a respetar y bendecir la tierra –Más que hasta a tu propia madre, pos al fin es la madre de todos nosotros, de tu abuela, tu bisabuela... Es creación de Dios y eso es sagrado- Pero sobre todo, lo enseñó a amar a los caballos.
Fue Don Isauro quien como regalo de primera comunión le dio a “Panchito”, un alazán enorme que lo hizo correr empavorecido a los brazos de su madre cuando, parado en sus dos patas traseras le tronó un sonoro relincho a manera. de saludo.
La fascinación que esos animales ejercieron en su ánimo era incomprensible para él; si bien eran hermosos, tenían algo que lo obligaba a acercárseles con respeto: belleza y fuerza, ligereza... vida... poder. Lo embelesaban, lo asustaban... Pero le gustaba montarlos.
Una sensación extraña lo invadía cuando montado a pelo, sentía bajo sus piernas el palpitar húmedo y caliente de “Panchito”.
Una vez mientras contemplaba con su abuelo cómo el viento empujaba las nubes, enormes bolas de rastrojo celeste que se encimaban unas sobre otras, el viejo le dijo -El viento es un caballo, míralo cómo corre, por el mar, por el cielo-.

II

-¡Quihúbole! ¿Por qué tan callado?.
Mariano volteó y vio a Don Fermín. A la luz de la hoguera no parecía tan decidido, mas bien daba la impresión de ser un hombre a quien se necesitaría mucho para sacar de sus casillas; su rostro apacible nada tenía que ver con el líder que a grito vivo; con la voz despellejándole la garganta, había animado a toda esa gente defender con lo que fuera preciso, la vida misma, ese pedazo de tierra que serviría, decía -Para hacer más digna la vida de las mujeres y los hijos-
Había que demostrarle al gobierno que estaban cansados de que les vieran las caras de pendejos; la gente necesitaba vivienda digna -¿O qué no? ¿Era tan dificil entender eso? ; nadie que tenga dignidad puede vivir en minas de arena con el permanente riesgo de amanecer un día sepultado bajo toneladas de tierra. O en las orillas de los tiraderos de basura soportando la pestilencia de los desperdicios de los dizque ciudadanos de primera. Porque aunque no lo crean, en esta ciudad hay categorías de ciudadanos: los hay de zonas residenciales, pinches clasemedieros que son los peores y los jodidos, nosotros. Pero todos necesitamos donde caerle. Por eso hay que obligar al gobierno a que se siente con nosotros a negociar y se deje de andar amenazando con echarnos por la fuerza-.
-Aquí nomás acordándome de mi tierra, de mi gente- respondió Mariano sonriendo amigable.
-No es hora de andar mirando pa’tras Mariano... hay que ver pa’lante, al futuro, hay que echarle buenas vibras al asunto-.
-Usté no cree que nos saquen-
-Claro que no, al gobierno no le conviene, menos ahorita con eso de las elecciones no quieren pedos, vas a ver-.
-Pero no hay que confiarse, respondió Mariano, esa gente del gobierno es muy cabrona y muy matrera; aunque uno tenga la razón hacen lo que se les da la gana. Si uno tiene la desgracia de que les guste su tierra pos ya se chingó el asunto, se la quitan a uno por más que se defienda.
-Eso le paso a tu abuelo porque no sabía nada de leyes-
-Sí, él confiaba en la gente-
-Pos que pendejada-
-Pendejada fue que me lo mataran. Ojalá fuéramos como los animales- dijo Mariano removiendo las brasas con una varita -como los caballos, con ellos si que sabe uno a qué atenerse.

III

No dijo más; un gruñido sordo, como si empezara a temblar la tierra se dejó escuchar. El grupo se incorporó rápidamente, viéndose unos a otros con el azoro dibujando un rictus de estupidez en los rostros. Fue sólo un instante porque de inmediato y por la orilla del campamento la estampida humana se generalizó.
Las mujeres corrían despavoridas buscando a sus hijos, tratando de protegerlos de un peligro que aún no identificaban; los niños lloraban y gritaban aterrorizados; pasado el primer momento de vacilación los hombres cogieron lo que más a la mano encontraron para defenderse. Uno de ellos, con el terror llenándole de arena la garganta llegó hasta Don Fermín y Mariano.
¡La caballada! ¡La caballada! Gritaba; ¡Nos echaron a la Montada! ¡Qué hacemos!.
¡Tírense al suelo! ¡No corran!... Don Fermín corría de un lado a otro tratando de organizar el caos.
Demasiado tarde; en una acción fulminante “alguien” había decidido escarmentar a quienes invadían la propiedad privada tan celosamente protegida por el Estado.
La Policía Montada, en una efectiva formación de abanico tundía inmisericorde a hombres, mujeres y niños.
-¡Ora si cabrones ya se los llevó la chingada!-
Era una acción salvaje, rápida, precisa y terrible.
Cuando Mariano pudo reaccionar buscó a Don Fermín y lo vio corriendo ladera abajo perseguido por un montado, quien con un certerísimo golpe de tolete lo derribó haciéndolo rodar con las piernas quebradas.



IV

¿Qué impulsa a un hombre a reaccionar aún a pesar de su propio instinto de conservación y lo hace acometer empresas que pueden parecer heroicas y hasta insensatas?.
Nadie puede decirlo, ni siquiera Don Fermín, pues cuando fue entrevistado por los reporteros, sólo habló incoherencias referentes a su salvador: Un muchacho provinciano que tenía poco de haber llegado a la colonia y que con ojos de loco se lanzó sobre el policía, lo derribó, tomó por la brida al caballo y no lo soltó ni aún cuando el animal encabritado y echando lumbre por el hocico y los belfos. –Sí, era lumbre, era un animal del infierno, aunque no lo crean y me miren así- lo sacudía como a un muñeco desarticulado, para después caracolear sobre él -como si bailara, como si le gustara hacerlo- destrozándolo bajo sus patas.
¡Fue algo terrible! Sollozaba Don Fermín temblando por la calentura, ¡terrible!, cuando me acerqué para tratar de ayudarlo, el muchacho se moría... Todavía me suenan en los oídos sus palabras...
Caballo... Viento... Caballo...
Quién sabe qué habrá querido decir.

Cuauhtémoc D.F., abril de 1993

"Celia... la Maestrita"

Celia se levantó temprano solo había dormido un par de horas pero no se sentía cansada, por el contrario, tenía frescos los ojos como recién lavados con el agüita de manzanilla que acostumbraba para los de sus hijos.
Estaba excitada, un leve escalofrío recorría su cuerpo y la obligaba a levantarse de la cama aún cuando la jornada empezaría muy temprano y quizá podría prolongarse hasta ya entrada la tarde.
Mi primer día de clases en la licenciatura pensó... y una delgada sonrisa le abrillantó los ojos.
¡Que contraste! Ella, la maestra de primer grado “A” en la escuela “Niños Héroes” la que recibía a los niños de nuevo ingreso y les infundía confianza, ahora se sentía asustada.
Recordó a su padre... caminaban juntos por las rotas calles de Ribera de San Cosme hacia la Normal de Maestros saltando los charcos que se habían formado después del aguacero que convertido ahora en un somnoliento chipi-chipi rebotaba en los rostros compungidos de los aspirantes rechazados y mezclándose con sus lágrimas los hacía parecer inconsolables-
No quiero que vayas a sentirte triste si no ves tu nombre en las listas -dijo su padre con voz preocupada- si no te quedas, le buscamos en la prepa.
-¡Claro que me voy a quedar papá! El examen fue facilísimo ni parecía de admisión... éstos porque son burros.
-De todos modos no te hagas muchas ilusiones-
Don Ramón Estrada recibió de Celia cuatro años más tarde y junto con el título profesional -que a la sazón menospreciaba- el tremendo disgusto de saber que quince días después “La Maestrita” como irónicamente la apodó, pasaría a formar parte de otra familia, la suya propia, que formaría con Fidel López, un oscuro estudiante de Ciencias Químicas, destruyendo por consiguiente sus planes de acrecentar con el sueldo que tan fulminantemente perdía, el exiguo ingreso familiar.
Seis zumbidos del despertador la regresaron a la realidad, disponía de una hora y media para preparar el desayuno de sus hijos, prevenir los ingredientes de la comida que a su regreso cocinaría y arreglar un poco la casa; rápidamente se bañó y después de vestirse puso manos a la obra.
Trabajaba alegremente, la perspectiva de iniciar los estudios de Licenciatura en Educación Primaria que anhelaba cursar y que le ocuparían seis horas sabatinas a lo largo de cuatro años la motivaban, ahora podría al graduarse, adquirir prestigio profesional; una característica importante dentro de una sociedad que menospreciaba a sus educadores.
Mientras cocinaba pensó en sus hijos, los amaba, quería darles lo mejor y eso sólo podría lograrlo estudiando, encontrando nuevas respuestas para la vida.
Pensó en Fidel... ¿De verdad ya no se amaban?.
Este cambio nos ayudará –pensó- podré educar mejor a mis hijos, quizá hasta a mi marido. Nos tiene que cambiar la vida.
Respiró profundamente, de verdad amaba el estudio, era lo que podría calificarse como una estudiante compulsiva y no por problemas de carácter sino por puro amor al saber. Sabía que trabajaría mucho pero confiaba en su fuerza de voluntad.
Terminó de aspirar la sala y el comedor, caminó hacia la recámara de sus hijos, los cobijó cuidando de no despertarlos y frente al espejo se miró complacida.
Su rostro aunque gastado, trabajado, posee una modesta belleza y el cuerpo sugerente, respetado y hasta moldeado por la doble maternidad que la enorgullece muestran a una hermosa mujer en la plenitud de treinta y cinco años.
-¿admirándote chula? Ten cuidado eso se llama narcisismo y les hace malas jugadas a las gentes... ja ja ja.
Desde el marco de la puerta Fidel la mira sumergido en la profunda irracionalidad de su embriaguez ¿para qué te arreglas? ¿Piensas salir? ¿Adónde?
Instintivamente Celia sale de la habitación, intuye por el tono de voz de su marido que habrá problemas y debe proteger a sus hijos. Toma sus libros y camina hacia la salida mientras responde con voz insegura.
-Voy a la escuela-
¿En sábado? Fidel se aproxima a ella con paso vacilante.
-No voy a la primaria, voy a la universidad... a estudiar.
Una grotesca e irónica sonrisa distorsionan el rostro macilento de su marido... ¿sigues con esa estúpida idea? ¿Y quién va a atender a los niños, a mí, mientras tú estás haciéndole al pendejo quesque muy estudiosa? ¡Eh!
-Podrías hacerlo tú-
-Para eso te tengo idiota-
No me ofendas –Celia tiembla de indignación y de miedo- además ya lo sabías te avisé desde hace un mes.
-Mira no me hagas enojar, ponte a trabajar aquí, aquí es donde debes fletarte lo que no hiciste a tiempo ya no lo vas a hacer nunca... Además a mí se me pide permiso no se me avisa ¿oíste?, ¡SE ME PIDE PERMISO!
-Soy una mujer adulta... y además... trabajo.
El salado sabor de su propia sangre que Celia probó después del humillante bofetón recibido y que la hizo caer sólo avivó su afán de lograr una vida verdaderamente digna
¡Ya basta! ¿No te hartaste cuando andabas de revoltosa en tus marchas con los huevones de tus compañeros? ¿ Te dije algo? Aquí hay mucho qué hacer ¡Atiende a tus hijos! –gritaba Fidel con los ojos desorbitados y espuma en las comisuras de la boca-
No te pido que comprendas lo que significa dignidad porque comprendo que sería un esfuerzo demasiado grande para ti -Celia se incorpora lentamente, conforme se levanta su fortaleza espiritual brilla y se escapa por todos los poros de su piel- mis hijos están bien atendidos, no les falta nada de lo que puedo proporcionarles. Si quiero estudiar, si voy a hacerlo es por ellos para que se enorgullezcan de mí. Por lo que a ti se refiere, me propongo luchar por mi dignidad y empezaré desde hoy, aquí... y contra ti.
Cerró la puerta y echó a caminar.
El aire refrescó su rostro, sintió el aroma penetrante y sucio de la ciudad y aunque en otras ocasiones eso era más que suficiente para deprimirla, ahora no pudo menos que sonreír; se sentía ligera, al fin libre.
Miró el pequeño desgarrón de sol que tímidamente se elevaba arañado por las antenas que coronaban los edificios, recordó el pasmado rostro de su marido y entonces una carcajada brotó de lo más profundo de su corazón.
Mientras un hombre se hundía en la inconsciencia mortal de su enfermedad; mientras un par de niños dormían confiados. En la calle se alejaba un prometedor taconeo.

Distrito Federal septiembre 20 de 1989.


Publicado en la revista “Desarrollo Académico” de la UNIVERSIDAD PEDAGOGICA NACIONAL ejemplar No. 5 Unidad 96 Norte Año 3 junio de 1995, Págs. 27 y 28.
Versión revisada y corregida por el autor febrero 15 de 1998.
Coacalco de Berriozabal Edomex.
© Derechos Reservados.

CITAS CITABLES

Desde muy pequeño tuve que abandonar mi educación... para ir a la escuela.
George Bernard Shaw.

El fuero para el gran ladrón, la cárcel para el que roba un pan.
Pablo Neruda.

Cada vez que se encuentre usted del lado de la mayoría, es tiempo de hacer una pausa y reflexionar.
Mark Twain.

Para ti soy ateo, para dios, la oposición.
Woody Allen.

La mejor manera de permanecer pobre es, sin duda, ser siempre un hombre franco.
Napoleón Bonaparte.

El arte, cuando es bueno, es siempre entretenimiento.
Bertold Brecht.

Los espejos se emplean para verse la cara; el arte para verse el alma.
George Bernard Shaw.

Un pedante es un estúpido adulterado por el estudio.
Miguel de Unamuno.

Algo debo haber hecho mal o no serìa tan famoso.
Robert Louis Stevenson.

Lo bueno de ser una celebridad es que, cuando la gente se aburre contigo, piensa que es culpa suya.
Henry Kissinger.

Confieso que enterrar a algunas personas constituye un gran placer.
Anton Chejov.

Un pesimista es un optimista con experiencia.
François Truffaut.

Una idea es verdad cuando aún no se ha impuesto.
Eugene Ionnesco.

Cuando bromeo digo la verdad. Aún sigue siendo la mayor diversión de la tierra.
George Bernard Shaw.

La única manera de persuadir es decir la verdad.
Ana Diosdado.

Cuando la verdad sea demasiado débil para defenderse tendrá que pasar al ataque.
Bertold Brecht.

Como todos los soñadores confundí el desencanto con la verdad.
Jean-Paul Sartre.

Sólo los artistas y los niños ven la vida tal como es.
Hugo Von Hofmannsthal.

Recuerda que eres tan bueno como lo mejor que hayas hecho en tu vida.
Billy Wilder.

La vida es aquello que te va sucediendo mientras tú te empeñas en hacer otros planes.
John Lennon.

La modestia es la virtud de los que no tienen otra,
Álvaro de la Iglesia.

Yo no busco tesoros ni riquezas
y por eso me causa más contento
poner riquezas en mi entendimiento
y no mi entendimiento en las riquezas.
Sor Juana Inés de la Cruz.

Yo pocas cosas necesito... y las pocas que tengo... las necesito poco.
San Francisco de Asis.

La religión es el opio del pueblo.
Karl Marx.

El amor... es una curiosidad.
Giacomo Casanova.

Estos son mis principios. Si no les gustan... tengo otros.
Groucho Marx.

Yo nunca olvido una cara. Pero con usted... haré una excepción.
Groucho Marx.

Jamás pertenecería a un club que admitiese de socio a alguien como yo.
Groucho Marx.

(Para su epitafio)
DIsculpen que no me levante.
Groucho Marx.